El Síndrome de Ulises no se corresponde con el diagnóstico de una patología y por ello no se encuentra en los manuales de psiquiatría, pero se considera síndrome porque comprende un conjunto de síntomas de diversas áreas (depresión, disociación, dolencias corporales, ansiedad y temores) que son identificables y se manifiestan en mayor o menor medida en distintos momentos de la experiencia migratoria. Algunos migrantes los registran casi desde el principio, otros incluso después de quince años de la llegada al lugar de destino.
Siete duelos característicos
Quien emigra a un sitio diferente se enfrenta a una serie de cambios más o menos dramáticos en su vida, que si bien pueden redundar en el mejoramiento de las condiciones de vida, representa sin duda una pérdida en ciertos aspectos. Por eso se considera que el migrante deberá atravesar por siete períodos de duelo.
Los seres queridos. Es inevitable que queden atrás seres queridos: familiares, amigos, conocidos, nuestros círculos cuando se migra. Con el tiempo uno va logrando conectarse y generar nuevos afectos que suplen en parte la ausencia de los anteriores, pero una buena comunicación con los nuestros será siempre necesaria para salvar el vacío afectivo.
La lengua. Constituye una gran dificultad cuando es una lengua desconocida. Debido a la exigencia elevada que implican los problemas de la comprensión, puede resultar ostensiblemente agobiante y desgastante, al punto de requerir grandes cantidades de energía y generar la sensación de que uno no logra desenvolverse o incluso de que nunca superará el obstáculo del idioma. Vale la pena recalcar que se trata de una sensación. ¡Claro que se puede aprender el lenguaje nuevo!
La cultura. Muy ligado al lenguaje está la cultura de procedencia. El ámbito en el cual comprendemos todo, nos entienden y no tenemos necesidad de aclarar o, por ejemplo, de explicar los chistes, costumbres, etc. El duelo de la cultura está estrechamente ligado a nuestra identidad, a aquellos que éramos en otro tiempo y lugar, fundamentalmente a nuestro sentido de pertenencia. El punto más álgido es aquel en el que ya no nos sentimos locales allí ni en le nuevo sitio. Resolver este duelo implica aceptar la nueva multiculturalidad y ampliar nuestro sentido de identidad.
El país / la tierra. Es posible que echemos de menos el lugar físico en el que hemos vivido y al que estábamos acostumbrados; nuestro paisaje, el clima, las estaciones o la falta de ellas, el mar. Sobre todo en países fríos de inviernos largos y oscuros, como Alemania. Nuestro organismo tiene la necesidad de ajustarse a las condiciones nuevas y precisa tiempo para ello, ya que no es una máquina que se pueda programar. Viajar regularmente a nuestra tierra o a lugares similares ayuda a equilibrar el proceso de adaptación.
El estatus social. No es infrecuente que la migración, al principio, traiga aparejado un desmejoramiento de la situación laboral o profesional, sobre todo cuando el migrante desconoce la lengua del lugar y debe empezar por aprenderla o porque el proceso de reconocimiento del títulos puede ser tedioso. Los primeros puestos a los que accede serán probablemente a un nivel inferior al que tendrían en el país de origen. Esto puede afectar seriamente la identidad positiva y producir emociones negativas. Visto de otra manera, este proceso de readaptación laboral puede implicar a la vez la posibilidad de introducir cambios auspiciosos e interesantes en el espectro profesional.
Contacto con los grupos de pertenencia. Similar a lo que sucede con el duelo relacionado con la cultura es el de los grupos a los que pertenecíamos, que normalmente son intraculturales, como las agrupaciones profesionales, artísticas, deportivas, religiosas, relacionadas con intereses comunes específicos. Es decir, espacios en los que nos sentimos uno con los demás miembros. El concepto de pertenencia está estrechamente ligado, y es su contrapartida, al de separatidad, que es uno de los miedos existenciales universales de los seres humanos. La falta de sentimiento de pertenencia genera ansiedad y la sensación de desprotección. Por ello es tan importante conectar con personas que sienten y piensan o tienen hobbies similares a los nuestros. He notado muchas veces —y esta es mi experiencia personal como terapeuta de parejas— que la pareja intercultural se ve agobiada o sobrecargada por estas sensaciones negativas, que al no ser comprendidas, pueden acrecentar el apego y las características simbióticas de la relación, en muchos casos, evolucionando hacia la toxicidad.
Los riesgos para la integridad física. Este tipo de duelo tiene más que ver con la migración forzada o bajo condiciones de estrés, como en el caso de los refugiados, donde el tema de la supervivencia es actual y real. De todos modos para los migrantes voluntarios hay un período crítico en el cual la sensación de estar en peligro puede ser verdaderamente intensa y hasta paralizante. Si no se entiende la lengua uno siente que no controla las situaciones en las que se ve envuelto, que no logra comprender las reglas del juego, pero sin embargo, tiene que jugar. Esta sensación de indefensión puede resultar incluso traumatizante. Poder sentirse seguro en el nuevo ambiente es fundamental y no se le debe restar importancia a este asunto. Muchas mujeres latinas me han contado, con mucha angustia, sobre la insistencia de sus parejas de que se manejen, casi de inmediato a su llegada, de la forma más independiente posible. Esto puede ocasionar que la esposa migrante se sienta abandonada a su suerte en un ambiente inhóspito.
Los síntomas que se presentan pueden resumirse de la siguiente manera:
Área depresiva: tristeza, anhedonia o pérdida de interés, llanto fácil y frecuentes cambios de conducta.
Área de ansiedad: ansiedad, irritabilidad, problemas de sueño y preocupaciones excesivas y recurrentes.
Área somática: cefaleas, vómitos, fatiga, dolores gastrointestinales, respiratorios y musculares.
Área disociativa: problemas de concentración, memoria, atención y sobre todo, problemas de identidad.
Habrá quienes presenten una sintomatología más amplia en algunas áreas que en otras, según su estructura psicológica y el tipo de dificultades que esté atravesando.
Algunas estrategias que pueden ayudar:
- Implica construir una nueva sensación de seguridad, va desde tener segura la permanencia (permiso, vivienda, alimentación, etc.), construir una nueva rutina que organice la vida cotidiana, conocer las reglas básicas para desempeñarse y funcionar en el día a día, construir nuevos lazos y conservar contacto con los anteriores.
- ¿Cómo manejar los sentimientos negativos o indeseados? a) Reconocerlos y aceptarlos. Nadie desea tener sentimientos negativos respecto de un nuevo proyecto de vida, pero reconocerlos y aceptarlos es el comienzo de poder hacer algo productivo con ellos. b) Recontextualizarlos en forma positiva. Implica que esos sentimientos se conviertan en motor del cambio o de la adaptación. Por ejemplo, mi propia frustración frente a la dificultad del idioma me ayudó a reconocer la posibilidad de utilizar mi lengua materna en lo laboral, y funcionó. c) Analizar vías posibles que den respuesta a estos sentimientos y necesidades. Una estadía prolongada en casa, sin posibilidad de trabajar a causa de un largo proceso de reconocimiento de títulos puede ser la oportunidad para avanzar con el plan familiar o para estudiar una maestría o perfeccionarse aún más.
Pero lo que representa el factor fundamental en este procesamiento de los duelos es la propia actitud empática hacia las dificultades que experimentamos en nuestra vida como migrantes y la aparición de la mencionada sintomatología. ¿Qué haríamos si nos sintiéramos corporalmente enfermos? ¿Cómo cuidaríamos de nosotros mismos? De manera similar es que debemos encarar el síndrome de Ulises: con entendimiento, paciencia, reconocimiento del esfuerzo realizado, de la energía necesaria, de las dificultades y de los logros. Con todo el amor y cuidados que le dedicaríamos a nuestras personas queridas. Así, no solo saldremos mejorados de nuestras dolencias, sino fortalecidos.